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Conservación física y digital: el Archivo Central Andrés Bello y su adaptación a los desafíos del siglo XXI

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Desde hace un mes que el núcleo patrimonial de la Universidad de Chile -dependiente de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones- puso en marcha la primera parte de un proyecto para la rehabilitación de su espacio físico para el recambio total de sus instalaciones eléctricas y así minimizar el riesgo de incendios y una posible pérdida patrimonial. La iniciativa se enlaza con el trabajo de digitalización de sus más de 150 mil piezas, material que en el actual contexto de pandemia ha cobrado un renovado interés.

El 2 de septiembre de 2018 una buena parte de la historia y la cultura de Brasil se hizo añicos. Esa noche se desató un enorme incendio en el Museo Nacional de Brasil, dependiente de la Universidad Federal de Río de Janeiro. El siniestro destruyó en cuestión de horas una colección histórica acumulada en 200 años y que era considerada una de las más antiguas del mundo. Parte de las explicaciones sobre la ocurrencia de este evento es que la institución venía hace años sufriendo recortes presupuestarios de consecutivos gobiernos, lo que repercutió en un abandono total de su histórico edificio de Parque da Boa Vista.

La noticia recorrió el mundo y levantó el debate sobre la importancia de la conservación del patrimonio a nivel mundial. Alejandra Araya, directora del Archivo Central Andrés Bello, y quien llevaba años insistiendo en un proyecto de rehabilitación del espacio que resguarda la colección en la Casa Central de la U. de Chile, también encendió las alarmas internas. “De inmediato esa mañana le envié la noticia del incendio al Rector Vivaldi, al prorrector y a la vicerrectora para graficar a qué nos podíamos exponer si no actuábamos a tiempo con respecto a la mantención de nuestro edificio”, recuerda.

Fue así que la catástrofe en Brasil aceleró la decisión política de destinar los fondos necesarios para la primera de las tres etapas de rehabilitación de la torre de los años 60 (cerca de $250 millones), donde se resguardan las 152 mil piezas que conforman el acervo del Archivo Central Andrés Bello y que por estos días ya está en plena marcha.

“Llevamos diez años, desde la gestión anterior de la vicerrectora Sonia Montecino y ahora con Faride Zerán, haciendo hincapié respecto a la importancia de que la institución pueda dar las condiciones necesarias para la conservación del patrimonio que resguarda el Archivo, que es relevante no solo para la institución sino para todo el país”, explica la directora del núcleo patrimonio de la U. de Chile, que hoy 10 de agosto cumple 27 años de existencia.

Para la vicerrectora de Extensión y Comunicaciones, Faride Zerán, la labor que cumple el Archivo -particularmente en los tiempos convulsos que corren- es crucial. “Incluso en estos tiempos difíciles ha puesto todo de sí no solo para resguardar los tesoros de la Universidad de Chile, sino que, sobre todo, para ponerlos en circulación y a disposición de un público masivo. Eso es lo que ha distinguido el trabajo del Archivo Bello en los últimos años: su vocación pública y los esfuerzos que ha hecho, de la mano de su directora, Alejandra Araya, por conectar el pasado con un presente que necesita conocer su historia para avanzar en las discusiones tan necesarias en nuestro país”, enfatiza.

Pese a que el Archivo Central Andrés Bello reside en lo que fue la antigua Biblioteca Central de la U. de Chile, que data de 1936, la institución comenzó a funcionar legalmente recién en 1994 y reúne además de la colección heredada de la biblioteca, lo que fue el taller de encuadernación y el ex departamento de Fotografía y Microfilm, consistente en 75 mil negativos.

“Ha sido un proceso largo el de revisar la identidad del Archivo, y por eso planteamos que era el núcleo patrimonial, lo que no quiere decir que contengamos todo el patrimonio porque toda la Universidad es patrimonio, pero sí congregamos algunas importantes huellas dentro de la historia nacional, como la historia del libro, la historia de los impresos, la herencia de algunas figuras públicas, y una importante colección fotográfica”, señala Alejandra Araya.

La mayor cantidad de la colección es en formato papel, negativos y microfilm -muy propensa a desaparecer en caso de incendio, por ejemplo, pero también hay objetos y algunos bastante peculiares como las 7 mil caracolas donadas en vida por Pablo Neruda a la U. de Chile -junto a su biblioteca personal- y 5 mil placas de vidrio -parte de la colección fotográfica- que para efecto de las obras eléctricas han debido trasladarse a otros espacios momentáneamente.

“Es parte de nuestra misión instalar una conciencia a nivel institucional sobre estas cuestiones. Estas no son decisiones que debieran quedar discrecionalmente a las direcciones o rectorías de turno, sino que es necesario generar una política interna que sirva de ejemplo también a nivel país”, afirma la historiadora y advierte que esta es una problemática que afecta a todas las instituciones de Chile sean públicas o privadas. 

“A nivel nacional, el presupuesto destinado a la conservación y preservación del patrimonio es siempre menor y considerado más bien un gasto y no una inversión”, sostiene.

El proyecto total de tres etapas, que incluye la implementación total del circuito eléctrico y el reacondicionamiento de los puestos de trabajo para laboratorios y oficinas de catalogación con estándares de climatización y conservación de nivel internacional. El objetivo es poner al día al Archivo dentro de la discusión teórica, conceptual y profesional del patrimonio, en el cual el tema de la infraestructura es clave.

“Pensar, por ejemplo, en construir un edificio especial para contener al Archivo con todas las condiciones actuales es inviable, no solo porque es más caro sino porque eso ni siquiera se ha hecho con el Archivo Nacional”, señala Araya. “En América Latina, el único archivo que tiene un edificio construido con normas archivísticas actualizadas es el archivo general de Colombia, no hay más”.

El papel de la colección digital

Desde el inicio de la pandemia en marzo de 2020, tanto el Archivo Central Andrés Bello como la Sala Museo Gabriela Mistral -espacio creado en 2017 para exponer las colecciones del Archivo- se han mantenido cerrados al público. Sin embargo, los trabajos de conservación y limpieza se retomaron a los dos meses de decretada la primera cuarentena -con visitas periódicas de profesionales tres veces a la semana- e incrementándose también la difusión digital de las colecciones.

“Hemos tenido un trabajo sostenido en la digitalización de nuestro acervo y ahora el público puede acceder a él a través de nuestro sitio web, donde ya tenemos 20 mil piezas, pero aún queda mucho por hacer”, dice la directora.

Durante este perÍodo se han hecho lanzamientos importantes como la presentación del “Álbum personal de Isidora Zegers”, que está en línea en un sitio web especial, y que contiene 324 documentos, entre imágenes, cartas, partituras y otros. La institución también se adjudicó a inicios de este año un Fondo Iberoamericano de ADAI, dotado en 9.600 euros para digitalizar el archivo de la primera ingeniera civil de Sudamérica, Justicia Espada Acuña, egresada de la U. de Chile en 1919 y de quien se resguardan libretas, fotos, objetos, cartas, planos y otros materiales personales.

Otro proyecto clave y que está en plena marcha es el remontaje de la exposición “Rostro de Chile”, exposición fotográfica que mostró las diferentes caras humanas y geográficas del país y que en 1963 fue inaugurada en la Casa Central de la Universidad de Chile. En esta iniciativa participaron fotógrafos ligados al plantel y hoy considerados maestros de la fotografía local: Antonio Quintana, Roberto Montandón, Domingo Ulloa, Mario Guillard y Fernando Ballet. Para el proyecto ya se han digitalizado unos 600 negativos y el plan es remontar la exposición de manera presencial en 2022, en la misma Casa Central.

Dentro de los tesoros que ya están disponibles para conocer en el sitio web del Archivo Central Andrés Bello están, por ejemplo, un ejemplar de Arauco Domado de Pedro de Oña, edición de 1605pliegos de Lira Popular de fines del siglo XIX,declarados en 2013 parte del Registro de la Memoria del Mundo (MOW) de la Organización de las Naciones Unidas; la proclama en quechua firmada por Bernardo O’Higgins, en la que se exponen las intenciones chilenas de apoyar la liberación e independencia del Perú; la acuarela Valparaíso. Señorita. Femme du peuple, atribuida a Benoit Darondeau, entre 1836-1837, perteneciente a la Colección Iconográfica del archivo.

También es posible encontrar revistas como “Acción Femenina”, publicada en octubre de 1935 como parte de las acciones del Partido Cívico femenino, movimiento precursor del feminismo en Chile; una carta enviada por Violeta Parra al secretario general de la U. Chile, Alvaro Bunster, pidiéndole apoyo económico para su trabajo de recopilación folclórico a lo largo del país; un documento que da cuenta de la tasación económica de una criada llamada Ysabel, hecha por Francisco Bilbao por encargo de Agustín Eyzaguirre en 1810 o distintos sumarios administrativos que tuvo la U. de Chile durante la dictadura como -por ejemplo- la denuncia de una estudiante que encontró un paquete con “miguelitos” escondido en una sala.

Para Alejandra Araya, las colecciones deben permanecer en el espacio de Casa Central antes de aspirar a tener una nueva infraestructura. “A nivel de conservación se habla del anidamiento de las colecciones, y es que si las desarraigas de manera drástica del espacio en el que han estado por tantos años, esas colecciones también sufren de manera irreparable. Nuestra identidad tiene que ver con ser las entrañas de Bello, si nos sacas de ese espacio donde nació, pierdes esa conexión vital”, explica la historiadora.

“Cambiarle la columna vertebral energética a nuestro Archivo puede parecer algo bien doméstico e invisible, pero la gestión del patrimonio tiene que ver justamente con eso, hacer visible lo invisible”, concluye.

Denisse Espinoza – periodista Vexcom

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